“Se hace con una lata de refresco o de cerveza, ahí se mezcla todo, se enciende y se aspira el humo”.
“Ahora cuando estemos solos vamos a embullinarnos, quiero partirte pa´ arriba y vamos a matarnos…”, así dice la canción “Mírame”, de Harrison, un reguetonero muy de moda por estos días. No comprendía bien el sentido hasta que unos adolescentes que la escuchaban en un dispositivo móvil me explicaron el significado.
“Embullinarse” es sinónimo de drogarse y proviene, al parecer, del nombre del recipiente artesanal que se usa en las calles de La Habana para mezclar la marihuana con el polvo de la “piedra”, una mezcla de cocaína y bicarbonato de sodio muy popular entre los jóvenes por ser relativamente barata y fácil de adquirir.
“El bullino se hace con una lata de refresco o de cerveza, ahí se mezcla todo, se enciende y se aspira el humo”, dicen algunos; sin embargo, para otros, es la propia mezcla de hierbas y estupefacientes, a la que algunos le continúan llamando “primo” y hasta de mil maneras más, un repertorio de términos tan diverso que ya describe y evidencia una verdadera “cultura” de la adicción y del tráfico de drogas en Cuba.
El tráfico y el consumo de drogas en la isla, fundamentalmente entre los adolescentes y jóvenes, es, sin lugar a dudas, un problema grave. El hecho de que el 26 de abril pasado, el programa Mesa Redonda de la Televisión Cubana convocara a un debate sobre un tema que siempre fue tabú en los medios de divulgación masivos, habla del reconocimiento oficial de la afectación de un fenómeno que ya no es posible ignorar o mucho menos invisibilizar porque está involucrando a todos en la sociedad cubana.
Aunque, en aquella ocasión, el jefe de la Dirección Antidrogas del Ministerio del Interior, el coronel Juan Carlos Poey, sostuviera que el consumo ilícito no tiene un gran impacto en Cuba, las declaraciones de la Ministra de Educación Ana Elsa Velázquez ofrecieron un panorama distinto sobre lo que realmente está ocurriendo, al reconocer el consumo de psicofármacos en los centros educacionales, fundamentalmente en La Habana y, en especial, en los municipios 10 de Octubre, Arroyo Naranjo y Boyeros, que coinciden con aquellas zonas señaladas como de elevada criminalidad y con mayores niveles de pobreza.
Sin embargo, el consumo de drogas entre los adolescentes cubanos no es algo reciente. Aunque no suelen ser abundantes ni demasiado profundos, los estudios de científicos del patio sobre la drogadicción a edades tempranas en Cuba desde hace tiempo vienen llamando la atención sobre la tendencia al incremento desde la crisis de los 90, cuando millones de cubanos tuvieron que buscar alternativas de subsistencia en actividades ilegales que hoy en día se han establecido como formas “normales” de ganarse el sustento porque denotan un nivel de vida superior y hasta, absurda y paradójicamente, mucho “más digno”, dentro de los patrones morales que rigen las relaciones sociales en los barrios marginales.
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